Al igual que en los anteriores veranos, mi viaje vacacional ha discurrido por Europa, en compañía de la TX200, “Cacereña”, sin nadie más a nuestro alrededor, pudiendo ser libre de escoger dónde parar, dónde comer, dónde dormir, qué visitar, etc, etc, etc.
El planteamiento inicial era el de rodar durante unos quince días, con el fin de acudir a diversos festivales y conciertos estivales, saboreando el verdor del paisaje, la música, y los museos del automóvil que se encuentran en diversos enclaves sobre los que se vertebraba la ruta escogida.
A grandes rasgos, las características del viaje han sido:
Kilómetros recorridos: 5.408 km
Kilómetros recorridos bajo lluvia: 1.700 km (aprox)
Media diaria: 386 km
Máximo diario: 810 km
Velocidad media: 62 km/h aprox, con paradas/repostajes
Velocidad máxima instantánea: 108 km/h
Combustible consumido: 239 litros
Aceite consumido: 5,5l aproximadamente
Coste del combustible: 332 €
Averías en ruta:
2 Gripajes
Fallo del regulador de tensión
Calcinación del mando de luces
Rotura de la sirga delantera de freno
Rotura de la sirga del velocímetro
Deterioro del retén exterior del cigüeñal
Fusión de los fusibles de protección
Fallo del amortiguador delantero
Con estas premisas, me dispongo a narrar cada una de las jornadas, tratando de hacerlo de la manera más amena posible. Para evitar problemas a la hora de colgarlo en el foro, lo iré haciendo en sucesivos mensajes.
Desde los meses previos a la partida, el viaje va tomando forma. En su inicio, la intención es acudir a cuatro conciertos que tienen lugar entre el 22 y el 31 de julio, así como a algunos museos que se encuentran más o menos de paso. La ruta se define según confirmo las fechas y ubicación de los previamente citados.
LA RUTA: Tiene origen en Zaragoza, digiriéndome a Reus, donde debo ultimar unos asuntos laborales. Desde aquí, el paso de Puigcerdá me conducirá a Francia, desde donde los principales nodos de paso son: Toulouse, Lyon, Besançon, Mulhouse, Strasbourg, Stuttgart, Colmar, Mulhouse, Basel, Lausanne, Aosta, Albertville, Ginebra, Montreux, Stuttgart, Clermont Ferrand, Toulouse, Huesca, Zaragoza.
LA MOTO: Vespa TX 200 de 1992, con mecánica estrictamente de serie. Kilómetros en el velocímetro en el momento de la salida, 48.460.
LOS ACCESORIOS: Pantalla delantera. Barras laterales de protección sobre los cófanos. Tres baúles instalados sobre herrajes elaborados a medida. Uno central de 46 litros de capacidad y dos laterales de 36 litros. Total 118 litros. Portabultos delantero con un bidón de 5 litros de gasolina, así como 2 litros de aceite de mezcla Castrol TTS. GPS Becker.
LOS NEUMÁTICOS: Michelín SM100, 3,5/10” nuevos en el momento de la salida. Presiones: 2,0kg/cm2 en el delantero y 2,4kg/cm2 en el trasero.
Durante algunos días, ruedo con las maletas instaladas, con el fin de comprobar que la velocidad punta apenas se ve afectada, aunque sí el consumo. La distribución de pesos es muy adecuada, no observando apenas flotación de la dirección. Sin embargo sí se aprecia un shimmy bastante notable.
4:30 horas de la madrugada. Suena el despertador. Enciendo la luz. Nervios. Observo la ropa de moto preparada sobre la silla del escritorio. Las maletas aguardan junto a la puerta. Ya no hay vuelta atrás. Me levanto rápidamente, una ducha rápida, una última revisión; la documentación, la moneda extranjera, las llaves, los bultos, el reloj… Parece que no olvido nada. Con todo ello bajo al garaje donde “Cacereña” me espera, repostada desde la jornada anterior. Fijo las maletas sobre los anclajes, y decido abrigarme, puesto que a tales horas no hará calor, y la chaqueta perforada no es precisamente de mucha utilidad ante el frío matinal.
Starter y arranque. Salgo de casa en la noche, con una temperatura agradable, pero que me hará pasar frío a partir de cierta velocidad. Atravieso las calles desiertas en dirección a la carretera de Barcelona. A partir de aquí ruedo cómodamente, en dirección a Lérida. Atravieso la ciudad, y paro a repostar en la ronda que se encuentra al sur. Por ahora el consumo me permite recorrer cómodamente 140km antes de llenar el depósito. Continúo por la carretera de Tarragona, y en Montblanc me desvío hacia Reus. En torno a las 8h30 llego a la ciudad, sin percances. Poco antes de entrar he repostado de nuevo con el fin de dejar la moto lista para el día siguiente.
El resto del día trascurre con normalidad. Enclaustrado en la oficina de un cliente, ultimamos unos proyectos que hay que entregar en unos días. Me retiro, reflexionando sobre la jornada que me espera mañana.
5h45 de la mañana. De nuevo en pie. Me espera un día largo, y tengo que salir pronto por si surge algún percance. A las 6h30, con todo el equipaje cargado, me siento en la Cacereña, tomando rumbo hacia el norte.
Con el fin de ganar tiempo, decido aproximarme hacia el Pirineo rodando por autopista hasta Barcelona, puesto que en caso contrario es necesario dar mucho rodeo. El primer tramo se me hace muy corto. Dejo atrás rápidamente la ciudad, rodando por un bonito desfiladero que aparentemente se sitúa al este del macizo de Montserrat. No hay mucho tráfico, y por ahora la velocidad se mantiene sin problemas. Tras recorrer unos 150km, la necesidad de almorzar y repostar me hace buscar un lugar de parada. Encuentro un pueblecito, donde disfruto del primer café de la jornada, un bocadillo de jamón con tomate, y la vista de Cacereña desde la terraza.
Salimos de nuevo, avanzando hacia el norte. La proximidad al Pirineo se deja ver por el frescor y el color del paisaje. Atravieso el túnel del Cadí tras haberme detenido a hacer algunas fotos. En breve me adentraré en mi querida Francia. Realmente, un paso a nivel, y aparentemente al otro lado de la línea ferroviaria ya estoy allí. La carretera discurre paralela a la vía, y dejo al oeste Andorra. El ascenso continúa, en un paraje precioso. He decidido continuar por el puerto, evitando el túnel, puesto que prefiero divertirme en las herraduras, saludando a otros motoristas cuando me cruzo con ellos.
Una vez que comienza el descenso, me adentro en un valle frondoso junto al río. Cómo no, estamos en Francia. Durante mi travesía, veo algo sorprendente, lo que parece una Vespa parada en un recodo junto a un puente. Según me acerco se confirma, una carrocería PK, rodeada de lo que parecen maletas, utillajes y piezas. Sin dudarlo me detengo a su lado para saber qué ocurre.
Matrícula italiana, de Turín según averiguo posteriormente. Se trata de un chaval que viaja con una Vespa 50 y que retorna de los Vespa World Days en Fátima. Y no sólo eso. Además de haber ido a Portugal con una 50, me comenta que se dirige a París con el fin de visitar a su novia. El aspecto es un poco desolador. Una pobre 50 cargada hasta las orejas, con un gran maletín de herramientas, una botella de camping gas, saco de dormir, lata de gasolina, mochila, etc. Todo un viajero. Dado que habla español nos arreglamos sin problemas. Tiene algunos problemas con el cilindro, y le ayudo a apretar el escape. También trato de limpiar unas bujías que lleva. Realmente, parece más dotado de valentía que de preparación para el viaje que ha emprendido. Me cuenta que el día anterior le dejaron pasar por el túnel del Cadí, tras rogar después de haberse quedado parado sobre un viaducto bajo una intensa granizada. Me explica que lleva un cilindro de 75cc, pero eso tampoco le permite superar los 40km/h, puesto que no ha conseguido una buena puesta a punto. Y que hoy tratará de llegar a los alrededores de Toulouse para dormir. Tras intercambiar los datos de contacto y conseguir poner en marcha su moto, retomamos el viaje junto. En cierto modo le “escolto” hasta la gasolinera más próxima. Lo cierto es que me resulta divertido rodar a esa velocidad observándole delante e imaginando las peripecias que ha tenido que sufrir durante los días previos, o quizás las que le quedan aún. Allí repostamos y nos despedimos. Me regala una pegatina que representa su itinerario, y que en este momento se encuentra adornando mi guantera.
Tras dejar su vista alejándose en mi retrovisor, sigo en dirección a Toulouse. Al llegar a esa zona la temperatura se incrementa llegando a los 37ºC. Rodeo la ciudad por el sur y me dirijo hacia el este, con destino Albi. A los pocos kilómetros me lanzo por la autopista, y repentinamente la moto comienza a hacer un ruido extraño. Pierde potencia, se ralentiza, se bloquea. Estoy gripando. No puedo creerlo, más de 35.000km juntos y nunca un gripaje. Aprieto el embrague, se para y me retiro al arcén a decidir qué hago. Consigo ponerla en marcha de nuevo, con un ligero tintineo. Creo que puedo continuar. Abandono la autopista inmediatamente y me adentro en una carretera flanqueada por sendas filas de plataneros. La típica carretera ensombrecida por árboles, en la que se puede disfrutar rodando a sesenta por hora y sin apenas tráfico.
Atravieso un pueblo con una bonita iglesia gótica que aprovecho para visitar, en la cual se encuentra ensayando un coro.
Finalmente llego a Albi, y me dirijo a la ciudad medieval. Esta ciudad se caracteriza por la edificación realizada en ladrillo, que se impuso en la edad media. Por dicho motivo, la catedral gótica, que es majestuosa, se encuentra realizada íntegramente en este material. Me paseo por las calles del casco viejo, sintiendo no poder quedarme más tiempo. También me llevo como recuerdo el que ha resultado ser un fantástico licor de cacao.
Dejo la ciudad y me dirijo a Castelnau de Montmiral, un pequeño pueblo medieval del estilo de Ainsa con una plaza porticada, designado como uno de los más bellos de Francia. Aparco la Vespa bajo los soportales. Me alojo en el Hotel des Consuls, un edificio del siglo XVII, donde charlo animosamente con el propietario. Desde la terraza del hotel, donde disfruto de la gastronomía regional, observo a Cacereña junto, curiosamente, a una Harley. Tan diferentes y las dos allí, contándose las desventuras del día.
7h00 de la mañana. Desayuno tranquilamente tras una noche de profundo descanso. El día promete y hay que empezar con fuerzas.
Debo decir que el destino inicial era Lyon, para acudir a un concierto de Mark Knopfler en el teatro romano. Sin embargo, el no haber recibido la entrada me obliga a cambiar la ruta y preparar una alternativa.
El destino sustitutivo es Pont les Moulins, un pueblo cerca de Mulhouse, tras superar Besançon, para lo que debo recorrer unos 700km. Me dirijo hacia el este, superando Albi de nuevo, en dirección a Rodez para comenzar a subir hacia el macizo central. Se trata de una zona con una altitud superior a 1000 metros, extensa, donde al menos se puede rodar con cierto frescor, entre bosques y zonas montañosas, subiendo y bajando de cima en cima.
Ruedo por autovía, por el momento. Veo un radar a la derecha, bajada maravillosa, limitada tan solo a 90km/h. No es justo, ¿no?. Tengo curiosidad, no sé si funcionará, pero dado que es de los que dispara de frente, habrá que probarlo, al menos la ausencia de matrícula delantera es una ventaja. Acelero todo lo que puedo, y me sitúo sobre 100km/h. Veo el radar a la derecha, sonrío, y de repente un flash. Efectivamente funcionaba, espero que hayamos salido guapos.
Poco después, tomo una salida de la autovía, que como comprobaré durante tres horas, es errónea. Me adentro por carreteras locales, aunque perfectas, entre bosques de pinos y pastos con vacas. Cruce tras cruce, espero que el GPS me dirija hacia algún lugar habitado, puesto que no sé dónde estoy exactamente, la cartografía en papel que llevo no es tan detallada. En un momento termino en un camino de tierra, que termina en una granja. Desoigo las indicaciones del navegador, me doy la vuelta entre los ladridos de los perros que habitan el lugar, y retorno por el mismo camino. El nivel de gasolina va bajando, y sigo sin tener muy claro de a qué distancia estoy de una ciudad de cierto tamaño. Tras recorrer unos parajes maravillosos, con solamente 120km en unas tres horas, llego a Le Puy en Velay, donde por fin consigo repostar, y retomar la ruta prevista.
Autovía de nuevo, y ruedo en dirección hacia Lyon, ciudad que debo dejar atrás. El calor empieza a hacerse insoportable, de nuevo por encima de 33ºC. Según desciendo, la temperatura aumenta. Me entretengo haciendo mis cálculos, y estimo que la variación ronda un grado por cada 100m de variación de cota. Y efectivamente se aproxima bastante, puesto que cuando me encontraba a 1100 metros había unos 24ºC, y a la altura de Lyon, con unos 200 metros, la temperatura es mucho mayor.
Finalmente, no sé exactamente dónde, se produce de nuevo lo que me temía. Bajada pronunciada, comienzo a adelantar un camión, lanzado a toda velocidad. Lo supero fácilmente, me incorporo de nuevo a la derecha, y de pronto los mismos síntomas que el día anterior. Se clava, decelero con el camión a mis espaldas, sin casi tiempo para poder apartarme. A menos de cincuenta metros hay un viaducto, donde no hay arcén, así que puedo elegir entre detenerme como sea antes, o bien quedarme en medio del viaducto y que me arrollen. Clavo los frenos, me meto en el arcén con el camión pisándome los talones, estilo “el diablo sobre ruedas”, y consigo detenerme unos diez metros antes del comienzo del viaducto. Otro gripaje. Espero unos instantes para ver qué hacer. Intento arrancar de nuevo, y el motor sigue funcionando para mi sorpresa. El sonido es lamentable pero gira. Nos incorporamos con precaución y de nuevo en ruta.
Una vez más rodando hacia Lyon, con unos 36ºC. En esta zona ya no conozco la geografía, pero deseo ganar altitud de nuevo con el fin de que se reduzca la temperatura. Mi deseo no se hace realidad. Atravieso su circunvalación con mucho tráfico, y gran temor de gripar de nuevo en un túnel o ante la intensa circulación. Por fin me alejo de Lyon, acercándome a Besançon, y tomando por fin carreteras secundarias. Ruedo de nuevo por rincones verdes, y sobre las 18h30 llego a Pont les Moulins.
El hotel es encantador, envejecido, con un sabor rancio que adoro. Tras relajarme me acomodo en la terraza para saborear su cocina. Después de una jornada así creo que me lo he ganado. Empiezan a caer las primeras gotas. Casi parecía haber olvidado que estaba en Francia. Me retiro agotado. Hasta el retorno, no me esperan jornadas así de duras.
El planteamiento inicial era el de rodar durante unos quince días, con el fin de acudir a diversos festivales y conciertos estivales, saboreando el verdor del paisaje, la música, y los museos del automóvil que se encuentran en diversos enclaves sobre los que se vertebraba la ruta escogida.
A grandes rasgos, las características del viaje han sido:
Kilómetros recorridos: 5.408 km
Kilómetros recorridos bajo lluvia: 1.700 km (aprox)
Media diaria: 386 km
Máximo diario: 810 km
Velocidad media: 62 km/h aprox, con paradas/repostajes
Velocidad máxima instantánea: 108 km/h
Combustible consumido: 239 litros
Aceite consumido: 5,5l aproximadamente
Coste del combustible: 332 €
Averías en ruta:
2 Gripajes
Fallo del regulador de tensión
Calcinación del mando de luces
Rotura de la sirga delantera de freno
Rotura de la sirga del velocímetro
Deterioro del retén exterior del cigüeñal
Fusión de los fusibles de protección
Fallo del amortiguador delantero
Con estas premisas, me dispongo a narrar cada una de las jornadas, tratando de hacerlo de la manera más amena posible. Para evitar problemas a la hora de colgarlo en el foro, lo iré haciendo en sucesivos mensajes.
Desde los meses previos a la partida, el viaje va tomando forma. En su inicio, la intención es acudir a cuatro conciertos que tienen lugar entre el 22 y el 31 de julio, así como a algunos museos que se encuentran más o menos de paso. La ruta se define según confirmo las fechas y ubicación de los previamente citados.
LA RUTA: Tiene origen en Zaragoza, digiriéndome a Reus, donde debo ultimar unos asuntos laborales. Desde aquí, el paso de Puigcerdá me conducirá a Francia, desde donde los principales nodos de paso son: Toulouse, Lyon, Besançon, Mulhouse, Strasbourg, Stuttgart, Colmar, Mulhouse, Basel, Lausanne, Aosta, Albertville, Ginebra, Montreux, Stuttgart, Clermont Ferrand, Toulouse, Huesca, Zaragoza.
LA MOTO: Vespa TX 200 de 1992, con mecánica estrictamente de serie. Kilómetros en el velocímetro en el momento de la salida, 48.460.
LOS ACCESORIOS: Pantalla delantera. Barras laterales de protección sobre los cófanos. Tres baúles instalados sobre herrajes elaborados a medida. Uno central de 46 litros de capacidad y dos laterales de 36 litros. Total 118 litros. Portabultos delantero con un bidón de 5 litros de gasolina, así como 2 litros de aceite de mezcla Castrol TTS. GPS Becker.
LOS NEUMÁTICOS: Michelín SM100, 3,5/10” nuevos en el momento de la salida. Presiones: 2,0kg/cm2 en el delantero y 2,4kg/cm2 en el trasero.
Durante algunos días, ruedo con las maletas instaladas, con el fin de comprobar que la velocidad punta apenas se ve afectada, aunque sí el consumo. La distribución de pesos es muy adecuada, no observando apenas flotación de la dirección. Sin embargo sí se aprecia un shimmy bastante notable.
4:30 horas de la madrugada. Suena el despertador. Enciendo la luz. Nervios. Observo la ropa de moto preparada sobre la silla del escritorio. Las maletas aguardan junto a la puerta. Ya no hay vuelta atrás. Me levanto rápidamente, una ducha rápida, una última revisión; la documentación, la moneda extranjera, las llaves, los bultos, el reloj… Parece que no olvido nada. Con todo ello bajo al garaje donde “Cacereña” me espera, repostada desde la jornada anterior. Fijo las maletas sobre los anclajes, y decido abrigarme, puesto que a tales horas no hará calor, y la chaqueta perforada no es precisamente de mucha utilidad ante el frío matinal.
Starter y arranque. Salgo de casa en la noche, con una temperatura agradable, pero que me hará pasar frío a partir de cierta velocidad. Atravieso las calles desiertas en dirección a la carretera de Barcelona. A partir de aquí ruedo cómodamente, en dirección a Lérida. Atravieso la ciudad, y paro a repostar en la ronda que se encuentra al sur. Por ahora el consumo me permite recorrer cómodamente 140km antes de llenar el depósito. Continúo por la carretera de Tarragona, y en Montblanc me desvío hacia Reus. En torno a las 8h30 llego a la ciudad, sin percances. Poco antes de entrar he repostado de nuevo con el fin de dejar la moto lista para el día siguiente.
El resto del día trascurre con normalidad. Enclaustrado en la oficina de un cliente, ultimamos unos proyectos que hay que entregar en unos días. Me retiro, reflexionando sobre la jornada que me espera mañana.
5h45 de la mañana. De nuevo en pie. Me espera un día largo, y tengo que salir pronto por si surge algún percance. A las 6h30, con todo el equipaje cargado, me siento en la Cacereña, tomando rumbo hacia el norte.
Con el fin de ganar tiempo, decido aproximarme hacia el Pirineo rodando por autopista hasta Barcelona, puesto que en caso contrario es necesario dar mucho rodeo. El primer tramo se me hace muy corto. Dejo atrás rápidamente la ciudad, rodando por un bonito desfiladero que aparentemente se sitúa al este del macizo de Montserrat. No hay mucho tráfico, y por ahora la velocidad se mantiene sin problemas. Tras recorrer unos 150km, la necesidad de almorzar y repostar me hace buscar un lugar de parada. Encuentro un pueblecito, donde disfruto del primer café de la jornada, un bocadillo de jamón con tomate, y la vista de Cacereña desde la terraza.
Salimos de nuevo, avanzando hacia el norte. La proximidad al Pirineo se deja ver por el frescor y el color del paisaje. Atravieso el túnel del Cadí tras haberme detenido a hacer algunas fotos. En breve me adentraré en mi querida Francia. Realmente, un paso a nivel, y aparentemente al otro lado de la línea ferroviaria ya estoy allí. La carretera discurre paralela a la vía, y dejo al oeste Andorra. El ascenso continúa, en un paraje precioso. He decidido continuar por el puerto, evitando el túnel, puesto que prefiero divertirme en las herraduras, saludando a otros motoristas cuando me cruzo con ellos.
Una vez que comienza el descenso, me adentro en un valle frondoso junto al río. Cómo no, estamos en Francia. Durante mi travesía, veo algo sorprendente, lo que parece una Vespa parada en un recodo junto a un puente. Según me acerco se confirma, una carrocería PK, rodeada de lo que parecen maletas, utillajes y piezas. Sin dudarlo me detengo a su lado para saber qué ocurre.
Matrícula italiana, de Turín según averiguo posteriormente. Se trata de un chaval que viaja con una Vespa 50 y que retorna de los Vespa World Days en Fátima. Y no sólo eso. Además de haber ido a Portugal con una 50, me comenta que se dirige a París con el fin de visitar a su novia. El aspecto es un poco desolador. Una pobre 50 cargada hasta las orejas, con un gran maletín de herramientas, una botella de camping gas, saco de dormir, lata de gasolina, mochila, etc. Todo un viajero. Dado que habla español nos arreglamos sin problemas. Tiene algunos problemas con el cilindro, y le ayudo a apretar el escape. También trato de limpiar unas bujías que lleva. Realmente, parece más dotado de valentía que de preparación para el viaje que ha emprendido. Me cuenta que el día anterior le dejaron pasar por el túnel del Cadí, tras rogar después de haberse quedado parado sobre un viaducto bajo una intensa granizada. Me explica que lleva un cilindro de 75cc, pero eso tampoco le permite superar los 40km/h, puesto que no ha conseguido una buena puesta a punto. Y que hoy tratará de llegar a los alrededores de Toulouse para dormir. Tras intercambiar los datos de contacto y conseguir poner en marcha su moto, retomamos el viaje junto. En cierto modo le “escolto” hasta la gasolinera más próxima. Lo cierto es que me resulta divertido rodar a esa velocidad observándole delante e imaginando las peripecias que ha tenido que sufrir durante los días previos, o quizás las que le quedan aún. Allí repostamos y nos despedimos. Me regala una pegatina que representa su itinerario, y que en este momento se encuentra adornando mi guantera.
Tras dejar su vista alejándose en mi retrovisor, sigo en dirección a Toulouse. Al llegar a esa zona la temperatura se incrementa llegando a los 37ºC. Rodeo la ciudad por el sur y me dirijo hacia el este, con destino Albi. A los pocos kilómetros me lanzo por la autopista, y repentinamente la moto comienza a hacer un ruido extraño. Pierde potencia, se ralentiza, se bloquea. Estoy gripando. No puedo creerlo, más de 35.000km juntos y nunca un gripaje. Aprieto el embrague, se para y me retiro al arcén a decidir qué hago. Consigo ponerla en marcha de nuevo, con un ligero tintineo. Creo que puedo continuar. Abandono la autopista inmediatamente y me adentro en una carretera flanqueada por sendas filas de plataneros. La típica carretera ensombrecida por árboles, en la que se puede disfrutar rodando a sesenta por hora y sin apenas tráfico.
Atravieso un pueblo con una bonita iglesia gótica que aprovecho para visitar, en la cual se encuentra ensayando un coro.
Finalmente llego a Albi, y me dirijo a la ciudad medieval. Esta ciudad se caracteriza por la edificación realizada en ladrillo, que se impuso en la edad media. Por dicho motivo, la catedral gótica, que es majestuosa, se encuentra realizada íntegramente en este material. Me paseo por las calles del casco viejo, sintiendo no poder quedarme más tiempo. También me llevo como recuerdo el que ha resultado ser un fantástico licor de cacao.
Dejo la ciudad y me dirijo a Castelnau de Montmiral, un pequeño pueblo medieval del estilo de Ainsa con una plaza porticada, designado como uno de los más bellos de Francia. Aparco la Vespa bajo los soportales. Me alojo en el Hotel des Consuls, un edificio del siglo XVII, donde charlo animosamente con el propietario. Desde la terraza del hotel, donde disfruto de la gastronomía regional, observo a Cacereña junto, curiosamente, a una Harley. Tan diferentes y las dos allí, contándose las desventuras del día.
7h00 de la mañana. Desayuno tranquilamente tras una noche de profundo descanso. El día promete y hay que empezar con fuerzas.
Debo decir que el destino inicial era Lyon, para acudir a un concierto de Mark Knopfler en el teatro romano. Sin embargo, el no haber recibido la entrada me obliga a cambiar la ruta y preparar una alternativa.
El destino sustitutivo es Pont les Moulins, un pueblo cerca de Mulhouse, tras superar Besançon, para lo que debo recorrer unos 700km. Me dirijo hacia el este, superando Albi de nuevo, en dirección a Rodez para comenzar a subir hacia el macizo central. Se trata de una zona con una altitud superior a 1000 metros, extensa, donde al menos se puede rodar con cierto frescor, entre bosques y zonas montañosas, subiendo y bajando de cima en cima.
Ruedo por autovía, por el momento. Veo un radar a la derecha, bajada maravillosa, limitada tan solo a 90km/h. No es justo, ¿no?. Tengo curiosidad, no sé si funcionará, pero dado que es de los que dispara de frente, habrá que probarlo, al menos la ausencia de matrícula delantera es una ventaja. Acelero todo lo que puedo, y me sitúo sobre 100km/h. Veo el radar a la derecha, sonrío, y de repente un flash. Efectivamente funcionaba, espero que hayamos salido guapos.
Poco después, tomo una salida de la autovía, que como comprobaré durante tres horas, es errónea. Me adentro por carreteras locales, aunque perfectas, entre bosques de pinos y pastos con vacas. Cruce tras cruce, espero que el GPS me dirija hacia algún lugar habitado, puesto que no sé dónde estoy exactamente, la cartografía en papel que llevo no es tan detallada. En un momento termino en un camino de tierra, que termina en una granja. Desoigo las indicaciones del navegador, me doy la vuelta entre los ladridos de los perros que habitan el lugar, y retorno por el mismo camino. El nivel de gasolina va bajando, y sigo sin tener muy claro de a qué distancia estoy de una ciudad de cierto tamaño. Tras recorrer unos parajes maravillosos, con solamente 120km en unas tres horas, llego a Le Puy en Velay, donde por fin consigo repostar, y retomar la ruta prevista.
Autovía de nuevo, y ruedo en dirección hacia Lyon, ciudad que debo dejar atrás. El calor empieza a hacerse insoportable, de nuevo por encima de 33ºC. Según desciendo, la temperatura aumenta. Me entretengo haciendo mis cálculos, y estimo que la variación ronda un grado por cada 100m de variación de cota. Y efectivamente se aproxima bastante, puesto que cuando me encontraba a 1100 metros había unos 24ºC, y a la altura de Lyon, con unos 200 metros, la temperatura es mucho mayor.
Finalmente, no sé exactamente dónde, se produce de nuevo lo que me temía. Bajada pronunciada, comienzo a adelantar un camión, lanzado a toda velocidad. Lo supero fácilmente, me incorporo de nuevo a la derecha, y de pronto los mismos síntomas que el día anterior. Se clava, decelero con el camión a mis espaldas, sin casi tiempo para poder apartarme. A menos de cincuenta metros hay un viaducto, donde no hay arcén, así que puedo elegir entre detenerme como sea antes, o bien quedarme en medio del viaducto y que me arrollen. Clavo los frenos, me meto en el arcén con el camión pisándome los talones, estilo “el diablo sobre ruedas”, y consigo detenerme unos diez metros antes del comienzo del viaducto. Otro gripaje. Espero unos instantes para ver qué hacer. Intento arrancar de nuevo, y el motor sigue funcionando para mi sorpresa. El sonido es lamentable pero gira. Nos incorporamos con precaución y de nuevo en ruta.
Una vez más rodando hacia Lyon, con unos 36ºC. En esta zona ya no conozco la geografía, pero deseo ganar altitud de nuevo con el fin de que se reduzca la temperatura. Mi deseo no se hace realidad. Atravieso su circunvalación con mucho tráfico, y gran temor de gripar de nuevo en un túnel o ante la intensa circulación. Por fin me alejo de Lyon, acercándome a Besançon, y tomando por fin carreteras secundarias. Ruedo de nuevo por rincones verdes, y sobre las 18h30 llego a Pont les Moulins.
El hotel es encantador, envejecido, con un sabor rancio que adoro. Tras relajarme me acomodo en la terraza para saborear su cocina. Después de una jornada así creo que me lo he ganado. Empiezan a caer las primeras gotas. Casi parecía haber olvidado que estaba en Francia. Me retiro agotado. Hasta el retorno, no me esperan jornadas así de duras.